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«Seguridad para la libertad de nuestras vidas»
Discurso de la Ministra Federal de Relaciones Exteriores, Annalena Baerbock, en el acto inaugural para el Desarrollo de una Estrategia de Seguridad Nacional
Entre Berlín y Kiev, o hasta la frontera ucraniana, hay aproximadamente la misma distancia que entre Flensburgo y Friburgo: diez horas de coche.
Diez horas de coche que se suelen hacer como si nada, se han convertido en diez horas de coche que separan la guerra de la paz. Probablemente ninguno de nosotros se lo hubiera podido imaginar jamás. Estamos asistiendo a una brutal guerra de agresión a diez horas de coche de aquí, en plena Europa. Una guerra real, próxima, terrible.
Cuando en el acuerdo de coalición sentamos las bases para presentar una Estrategia de Seguridad Nacional, casi ninguno de los aquí presentes –y, realmente, de cualquier parte del mundo– podía imaginarse lo que está sucediendo en estos momentos: El presidente ruso está atacando a su vecino. Está rompiendo con el orden de paz en Europa. Y está rompiendo con la Carta de las Naciones Unidas.
Hoy, mientras desayunamos, almorzamos o cenamos, nuestros hijos nos preguntan si la guerra también llegará hasta nosotros, a Alemania, y también qué son, en realidad, las armas nucleares. En todo el país la gente sale a las calles, manifestándose por la paz, por la libertad y la seguridad.
Y sentimos una especie de anhelo que seguramente hacía mucho que no sentíamos de verdad, un anhelo que mi generación, probablemente jamás había sentido. Un anhelo de seguridad. Es un anhelo profundamente humano, quizás en el sentido de salva-guardar aquello de lo que todos juntos somos responsables: la seguridad para la libertad de nuestras vidas.
Y de eso precisamente es de lo que se trata en nuestra Estrategia de Seguridad Nacional: la seguridad para la libertad de nuestras vidas. Esta seguridad la integran tres elementos esenciales e indisociables entre sí.
Seguridad significa en primer lugar: la inviolabilidad de nuestras vidas. La protección contra la guerra y la violencia, contra una amenaza acuciante y concreta.
En segundo lugar, seguridad significa proteger la libertad de nuestras vidas. También algo que probablemente nunca nos habíamos llegado a plantear realmente. La libertad de nuestras vidas, ¿qué significa exactamente vivir en libertad? Lo estamos notando de nuevo en Ucrania: en el valor de los hombres y las mujeres que defienden su país. En su determinación vemos lo que están defendiendo estas personas; de ser necesario, también con sus propias vidas: la democracia y el derecho a poder decidir por sí mismos vivir en libertad.
El tercer elemento es la seguridad de las bases sobre las que se asientan nuestras vidas. Allí donde las guerras destruyen los sistemas necesarios para la vida –como estamos viendo en las terribles imágenes que nos llegan de las ciudades asediadas– no hay seguridad. Pero tampoco allí –y esto lo sabemos en todo el mundo– donde las repercusiones del cambio climático, donde el hambre, la pobreza y también la falta de bienestar obligan a las personas a una existencia marcada por el conflicto y el sufrimiento, hay una base sobre la que asentar una vida segura en libertad.
En la seguridad de nuestras vidas. En nuestra paz y nuestra libertad en una Europa democrática. En todo ello se centra nuestra Estrategia de Seguridad Nacional.
Y al hacerlo no debemos pensar en la seguridad de forma retrospectiva, sino prospectiva. Queremos hacerlo –a pesar de todas las atrocidades a las que estamos asistiendo– con autoconfianza, pero también con autorreflexión y, de ser necesario, también con autocrítica.
Queremos llevar a cabo este proceso de forma amplia y participativa, junto con los ministerios del Gobierno Federal; con ustedes, estimados y estimadas colegas del Bundestag Alemán, más allá de los grupos parlamentarios, y junto con numerosos socios y socias nacionales e internacionales.
Lo hacemos también porque la política de seguridad es algo más que la mera suma del ejército y la diplomacia. Si las inversiones en infraestructura, si la política comercial son parte de nuestra seguridad, esto también significa que las decisiones sobre seguridad no se toman únicamente en el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores o en el Ministerio Federal de Defensa, sino también en las empresas, en los municipios y en las universidades.
Para mí esto entraña un proceso participativo en el desarrollo de nuestra estrategia, pero también constituye la esencia de lo que yo y nuestro ministerio entendemos por política exterior. Que no se trate de un mero intercambio entre capitales, entre ministros y ministras, sino entre personas. Pues se trata de la seguridad humana. Se trata de la libertad de todos y cada uno de nosotros, aquí y en todo el mundo.
Esto también significa no solo acercar a las personas y crear puentes, sino también –porque la vida es real– pensar fuera de los marcos preestablecidos, ser pragmáticos y no perderse en los parágrafos. Y esto para mí, y para nosotros, significa estar dispuestos a escuchar las preocupaciones y las necesidades de los demás y también sus opiniones, llamar a los dilemas por su nombre, en vez de pasarlos por alto y también estar dispuestos a adoptar la perspectiva de la otra persona, incluso cuando no se comparte en absoluto su postura.
Para nuestra Estrategia de Seguridad esto significa: a la luz de la ruptura radical de Rusia con nuestro orden de paz, debemos traducir con mayor claridad aún los principios que nos guían en políticas más prácticas.
Para ello considero decisivos:
un posicionamiento claro,
una mayor capacidad de actuación
e instrumentos de política exterior y de seguridad más eficaces.
Sobre nuestro posicionamiento: La agresión de Rusia nos lo muestra de manera patente: ningún país, tampoco Alemania, puede ser neutral en cuestiones de guerra y paz, en cuestiones de justicia e injusticia. Es mucho lo que se ha escrito en estas últimas semanas sobre la historia de nuestro país y nuestra responsabilidad de Alemania. Voy a hablar claramente: sí, efectivamente, nuestra historia, la culpa de Alemania en la guerra y el genocidio conllevan para nosotros, para mí, una responsabilidad especial: la obligación de apoyar a aquellas personas cuyas vidas, libertades y derechos están amenazados.
Por esta razón me gustaría citar nuevamente a Desmond Tutu: «Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor».
Esto también es aplicable a nuestras relaciones con Rusia. Pero también es aplicable a nuestras relaciones con otros regímenes autocráticos y dictatoriales que ponen la libertad, la democracia y la seguridad en tela de juicio, que violan nuestras normas internacionales.
Y creo –también en estos tiempos tan terriblemente difíciles, en los que tomamos decisiones en cuestión de pocas horas– que debemos reflexionar siempre sobre nuestros actos y cuidar de que no se vuelvan a repetir los viejos errores del pasado: que hay dictadores buenos y dictadores malos. No, debemos defender nuestros valores y nuestra postura en el mundo. Naturalmente, esto significa, –y muchos de los aquí presentes llevan haciéndolo precisamente así desde hace décadas– que tenemos que hablar también con los regímenes autoritarios. Con aquellos que no comparten en absoluto nuestra postura. Hablar es la esencia de la diplomacia. Al hacerlo es crucial que no nos dejemos condenar al silencio, que no nos traguemos las cosas a causa de nuestra dependencia económica o energética, por ejemplo, sino que nos posicionemos, por difícil que sea, también en cuestiones como las actuales, relacionadas con el petróleo u otros embargos. Definamos nuestra postura para asegurar la libertad de nuestras vidas.
Para ello, debemos tener capacidad de actuación. Y este es mi segundo punto. Nuestra fortaleza reside en nuestra unidad internacional. Con ella estamos respondiendo juntos a la agresión de Putin. Como UE –y aunque a veces discutamos como locos por otros asuntos– hemos reaccionado con determinación, imponiendo las más duras sanciones. Como también lo hemos hecho en el marco del G7, en el marco de la OTAN y con muchísimos otros países de todo el mundo.
Y es que el ataque de Rusia a Ucrania supone una cesura geopolítica con profundas consecuencias para la seguridad europea. Actualmente, la Unión Europea está redactando su más detallada estrategia en materia de política de seguridad hasta la fecha. La iniciativa para ello la tomó en su día nuestro país, Alemania. Y esta Brújula Estratégica, que está ahora sobre la mesa, y que, obviamente, sufrirá nuevos ajustes y debe tener y tendrá en cuenta las nuevas realidades en nuestro continente.
Al mismo tiempo, –y también esto se incluirá en esta estrategia, en esta Brújula Estratégica– esta guerra demuestra una vez más que la seguridad de Europa depende de la defensa colectiva de la OTAN. Por tanto, la Brújula Estratégica debe orientar la Política de Seguridad y Defensa de la UE hacia la complementariedad con la OTAN, y de este modo fortalecer y ampliar el pilar europeo de la Alianza Atlántica. Para ello también tendremos que fortalecer la industria de defensa europea. No solo por el mero hecho de hacer «más» o de gastar más dinero, sino para ser más eficientes. La UE está usando seis veces más sistemas de armamentos que los EE.UU. Debemos superar esta fragmentación.
Desde la perspectiva de la política de seguridad «más UE» no significa «menos presencia en la Alianza Atlántica». La guerra de agresión de Putin nos muestra claramente la necesidad de ir más allá con nuestra defensa común. Y nuestros aliados nos exigen – y así nos lo han hecho notar– que, como mayor economía europea, tener liderazgo en este proceso.
La OTAN actualizará en verano un nuevo concepto estratégico. Los jefes de Estado y de Gobierno lo aprobarán a finales de junio en Madrid. Y hoy lo sabemos y es precisamente lo que estamos debatiendo en estos momentos: La lógica del tripwire aplicada hasta el momento, según la cual mediante una presencia militar mínima en los Estados Bálticos y en Polonia se daba a entender que un ataque a un país integrante de la OTAN significaría un ataque a todos, ya no será suficiente tal y como la conocemos hoy en día.
Por ello, la presencia reforzada de las últimas semanas deberá concebirse como algo a largo plazo. Nuestros ejercicios militares tienen que reflejar las nuevas realidades. Y tenemos que tener en cuenta que toda la zona oriental de nuestra alianza está sometida a una nueva amenaza, por lo que la OTAN deberá mostrar su presencia en los países del sureste de Europa. Alemania contribuirá a ello de manera sustancial en Eslovaquia.
Asimismo la guerra nos ha mostrado de manera patente que la disuasión nuclear de la OTAN debe seguir siendo creíble. Por esta razón, el Gobierno Federal ha decidido comprar ahora aviones de combate F-35. Sin embargo: nuestro objetivo sigue siendo un mundo sin armas nucleares. De este objetivo queremos hablar con nuestros socios, en el marco del Tratado sobre la No Proliferación. Pero también como observadores con los firmantes del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares.
Me gustaría que mantuviéramos un debate honesto sobre cómo crear las condiciones necesarias para avanzar en el desarme. Esto no será posible dirigiendo exigencias unilaterales a nuestros aliados occidentales. Solo se avanzará realmente en materia de desarme si todos los países que tienen armas nucleares adoptan medidas creíbles. Y también sabemos –y esto es lo peor de la situación actual– que ahora Putin, con su amenaza de emplear armas nucleares, está haciendo precisamente lo contrario.
Aun así: estamos del lado del derecho internacional. Es una posición de fuerza. Y por ello lo tenemos claro y lo incluiremos también en esta Estrategia de Seguridad Nacional: el desarme y el control de armamentos siguen siendo un elemento clave de nuestra seguridad. Debemos pensar en el desarme y en el control de armamentos como complementarios de la disuasión y la defensa.
Ello significa contar con capacidad de defensa en el seno de la Alianza, y eso es decisivo para nuestra capacidad de actuación. Para mí la capacidad de defensa comprende tanto los medios como la voluntad de defendernos. Y soy consciente de que para muchas personas en Alemania –para muchas de las personas presentes en este recinto y yo, al menos, no me excluiría– este término solía despertar ciertas reticencias. Sin embargo, estoy convencida de que nuestra capacidad de defendernos es determinante para nuestra seguridad; para la seguridad de vivir nuestra vida con libertad.
Con el patrimonio especial destinado a nuestra capacidad de defendernos hemos dado, por consiguiente, un paso importante hacia una modernización y un pleno equipamiento más ágiles de nuestras fuerzas armadas, pero también –y esto es importante– hacia el fortalecimiento de nuestra capacidad común de corresponder a los compromisos asumidos en el seno de la Alianza. Y es que es importante que definamos la capacidad de defensa conforme a los tiempos que corren. No conforme al siglo pasado. Ello significa que tanto el ámbito cibernético como la ayuda para la estabilización ocupan un papel central en este contexto.
Debemos concebir la seguridad de cara al futuro. De lo contrario, no habría necesidad de elaborar ninguna nueva estrategia de seguridad. Por tanto, nuestra estrategia de seguridad nacional abordará cuestiones estratégicas clave pendientes que hasta ahora no hemos debatido con suficiente profundidad en el espacio político y quizá tampoco con la suficiente exhaustividad en Europa.
Ahora vemos que esas eran siempre las cuestiones estratégicas del pasado. ¿Defendemos nuestra seguridad lejos de aquí, en el Hindu Kush o en otras partes? ¿O defendemos nuestra seguridad directamente en la puerta de nuestra casa? En un mundo interconectado ahora experimentamos que no se trata de uno u otro. Cerca o lejos. Sino que defendemos nuestra seguridad tanto aquí en la puerta de la casa, a diez horas en automóvil, como en el mundo interconectado.
Y lo estamos viviendo aquí directamente y ya lo vivimos asimismo durante los últimos años: en un mundo digitalizado las amenazas desde dentro y desde fuera se diluyen completamente. Nuestra Constitución también señala líneas divisorias. En este contexto tenemos que preguntarnos con sinceridad –y creo que nadie aquí cuenta ya con la respuesta única– cómo vamos a manejar en el futuro estas antiguas líneas divisorias.
Asimismo, en relación con La Franja y la Ruta, vemos que las inversiones precisamente en la infraestructura son relevantes para la seguridad. Hemos definido una soberanía europea en la que señalamos con claridad: cooperación, siempre que sea posible y autonomía, siempre que sea necesaria. No obstante, solo se puede actuar con autonomía cuando no se depende por completo de otros. Esto no solo lo estamos presenciando aquí en Europa. Lo estamos presenciando en todo el mundo. En África, pero también justamente en el Indopacífico; si observamos en qué países ha realizado China inversiones masivas en el suministro de energía eléctrica. Vemos que en ese contexto están surgiendo con toda claridad cuestiones que atañen la soberanía, la integridad territorial y el derecho internacional. Por esta razón, durante los próximos meses no solo vamos a elaborar una nueva estrategia de seguridad, sino también una nueva estrategia respecto a China.
Señoras y señores:
Somos capaces de actuar gracias a la solidez de nuestras alianzas, de nuestra capacidad de defendernos. Pero la capacidad de actuación también significa no ser dependientes ni susceptibles al chantaje en cuanto a nuestras relaciones económicas y energéticas. También eso es lo que esta guerra está mostrando con toda crudeza.
Muchos de quienes nos encontramos en esta sala hemos subrayado una y otra vez durante los últimos años que el abastecimiento energético es también una cuestión de seguridad. Hace
exactamente ocho años Rusia anexionó a Crimea, violando el derecho internacional. En realidad, gran parte de lo que ahora estamos debatiendo nuevamente ya lo sabíamos hace ocho años. No sin razón se debatió en aquel entonces en Europa –y aquí están presentes varios miembros del Parlamento Europeo– acerca del funcionamiento de la directiva sobre el gas natural. ¿Qué significa realmente unbundling? ¿Qué significa la eficiencia energética y la interacción entre energía, clima y cuestiones económicas? Este debate se llevó a cabo en numerosos laboratorios de ideas y también algunos de los participantes se encuentran hoy aquí.
Y lo trágico de todo esto es que en realidad lo sabíamos y después de alguna manera se dispersó. No sirve de nada preguntarse ahora quién ya sabía algo en el pasado y quién dijo qué cosa. Eso ya es parte del pasado. Ahora se trata de por fin hacer lo correcto. Y por eso es tan decisivo que el Ministerio Federal de Economía, que el Ministerio de Energía haga todo lo necesario, y a toda presión, para que dejemos de depender de las importaciones de energías fósiles. Precisamente de las importaciones de Rusia; pero tampoco debemos caer en una nueva dependencia de otros países, sino contar con nuestra propia soberanía en materia de política energética. Sabiendo que siempre tendremos que importar energía verde también.
Está claro que hay que alejarnos de los combustibles fósiles y acercarnos con mayor rapidez a las energías renovables y eficaces. Hacerlo no solamente es invertir en energía limpia, sino que es invertir en nuestra seguridad y, con ello, en nuestra libertad.
Esto nos lleva a la cuestión en materia de política de seguridad de nuestro tiempo: la crisis climática. El tema no debe competir en importancia con el desafío de la guerra y la paz, sino que son cuestiones interrelacionadas. Y es que precisamente en ello radica la inmensa magnitud de este reto. Solo contaremos con las bases para la seguridad en nuestras vidas si logramos controlar la crisis climática. Y digo deliberadamente “controlar” y no “detener”. Ya no podemos detener el calentamiento global. El calentamiento del planeta asciende ya a un grado. Por ello no se trata solo de “mitigar”; sino que justamente por razones de política de seguridad, –y es esto lo que Jennifer Morgan y muchas otras personas en el Ministerio de Exteriores pondrán en marcha junto con los demás ministerios– también se trata de adaptarnos y de pérdidas y daños a fin de llevar a un puerto seguro a los países más vulnerables en el futuro, a la luz de este calentamiento global.
Pues vemos cómo la crisis climática sigue socavando la seguridad precisamente en los países vulnerables. Lo vemos en todo el mundo. Lo vemos en especial en el Sahel, donde las condiciones meteorológicas extremas, la inseguridad alimentaria y la migración agudizan las crisis entre los países. No es ninguna casualidad que los yihadistas y la delincuencia organizada aprovechen esta fragilidad como un canal para hacer valer sus intereses de poder, su odio contra la gente, poniendo con ello en peligro no únicamente la seguridad local, sino también la seguridad aquí en Europa. Por esta razón la diplomacia climática es una parte integrante de nuestra estrategia de seguridad. Cada tonelada de CO2 menos, cada décima de un grado menos de calentamiento del planeta es una contribución a la seguridad del ser humano.
Ello significa que debemos abordar detenidamente nuestras dependencias económicas. Durante mucho tiempo regía el principio de que entre más grande era el entramado económico, tanto mejor. Ahora presenciamos que un enfoque económico unilateral de hecho nos hace vulnerables. No solo respecto a Rusia. Por consiguiente, cuando hablemos de conectividad, cuando hablemos de dependencia, la meta debe ser, ante todo, pensar las cosas en su conjunto. No es que la política comercial esté por un lado y la política en materia de infraestructura por el otro. Y que luego les sigue la política exterior y de seguridad. No: todo forma parte de un conjunto.
Y es que en el siglo XXI la vulnerabilidad puede residir, también, en el hecho de que Estados autoritarios inviertan miles de millones de euros en autopistas, calles, redes eléctricas y puertos europeos. Por ello estamos fortaleciendo juntos nuestros instrumentos de política económica exterior en el ámbito de la estrategia de seguridad y también dentro de este Gobierno Federal. Y esa es la esencia de una política exterior que se rige por valores. Una política exterior que se rige por valores significa defender, al mismo tiempo, valores e intereses, incluso intereses económicos. Porque ambos están muy estrechamente vinculados.
Esto me lleva al tercer punto: nuestros instrumentos de política exterior y de seguridad. Pues no se trata únicamente de una cuestión de seguridad relacionada con la defensa. Existen otros puntos además de lo militar. Si queremos destacar a nivel global a la hora de medir fuerzas en el siglo XXI tenemos que poner todos nuestros instrumentos a la altura del tiempo, en los ámbitos militar, político, analógico, digital y tecnológico. Debemos tener un concepto integral de seguridad sin desenfocarnos por completo.
Estoy profundamente convencida de que nuestro amplio compromiso alemán en el mundo durante los últimos años y décadas –ya sea en el ámbito de la diplomacia, de la prevención de crisis, de la política cultural exterior, del deporte, de la labor educativa, de la cooperación en materia de ayuda al desarrollo– constituye una contribución determinante también a nuestra seguridad. Esto es así porque somos visibles, Alemania es visible. Y es visible precisamente en esta diversidad.
Lo hemos visto en los días pasados: pudimos convencer a otros países que no estaban del todo seguros de cómo posicionarse de que debían adoptar una postura clara no solo gracias a que dijimos que se trataba de nuestro orden europeo de paz, del derecho internacional, sino también porque gozamos de cierta confianza a raíz de nuestra diplomacia de larga data, de nuestras buenas relaciones y de nuestra buena escucha y de nuestra capacidad de autocrítica. No es así en todas partes, pero sí en muchos lugares del mundo. Es fruto de una política exterior alemana integral y multilateral.
Considero que todos nosotros, y también yo personalmente en calidad de la nueva ministra de Exteriores, estoy agradecida por ello. Pero es justamente nuestro cometido no olvidarnos de esto ahora, sino seguir fortaleciéndola y ampliándola en el futuro. La diplomacia, la labor cultural, la educación, el deporte, la mediación en crisis –un compromiso a largo plazo y de gran alcance, cuyos éxitos no se ven de la noche a la mañana–constituyen también inversiones en la seguridad de todos nosotros.
Pues nuestras respuestas a las crisis complejas deben ser tan complejas como las propias crisis. Si ahora, por ejemplo, hay cortes de abastecimiento –y serán graves, pues Ucrania ya no podrá suministrar granos ni muchos otros productos a otros países, entre otros en África, con lo cual aumentará el riesgo de inanición para mucha gente– entonces crecerá el riesgo de que surjan nuevos conflictos, y también narrativas falsas.
Por consiguiente, en esta grave situación y en lo que a nuestra estrategia de seguridad nacional se refiere, debemos echar mano de una amplia caja de instrumentos, a saber: diplomacia, fomento de la paz, estabilización, cooperación económica y apoyo financiero y material para países y organizaciones internacionales.
Sin embargo, también en este contexto “cada vez más” no significa automáticamente “cada vez mejor”. También aquí debemos preguntarnos con sinceridad cuán eficaces son nuestros recursos y qué contribución aportan a la estabilización de las regiones y de nuestra propia seguridad. Y pienso que todos nosotros podemos afirmar que el método de la dispersión de recursos ciertamente no es la más eficaz de las medidas. El hecho de que una nueva ministra aún no sepa muy bien qué apoyo brindan otros ministerios en cierto país por desgracias evidentemente no es una casualidad, sino que es también muestra de que precisamos coordinar mucho más nuestra cooperación entre los distintos ámbitos, a saber, de política exterior, de política económica, de política energética y de política en materia de desarrollo.
En el acuerdo de coalición definimos lo anterior como una política exterior coherente. Y eso también formará parte medular de esta estrategia de seguridad: vamos a coordinar nuestras actividades de financiación en lugar de confrontarlas en sí.
Señoras y señores:
Las cuestiones complejas requieren soluciones complejas. Al principio señalé que seguramente el reto mayor se referirá al espacio cibernético. Pues vemos que la cibernética es un aspecto central de la guerra moderna. Asimismo, presenciamos que se está llevando a cabo un tipo de guerra que en parte considerábamos obsoleto. Pero el gran reto consiste en que se ha añadido la guerra cibernética, la guerra híbrida.
Y por el momento solo vemos el inicio de los efectos indirectos que puede generar lo anterior. Actualmente lo estamos viviendo también con los jactivistas que podrían enconar este conflicto. En este caso no se sabe quién es realmente el actor. Antes se atacaba un conducto de gas con una bomba o un misil; ahora se jaquean hospitales. Y si es particularmente complicado, sucede en seis lugares distintos de nuestros dieciséis Estados Federados. En un caso así, ¿quién deberá hacerse cargo del asunto? ¿La Bundeswehr, la Oficina Federal de Investigación Criminal o los seis Estados Federados correspondientes, pues ni siquiera sabemos si se trata de una coincidencia o de un ataque?
Las amenazas muestran que no solo necesitamos contar con capacidades de defensa cibernética, sino que parte de nuestra labor respecto a la estrategia de seguridad tendrá que dedicarse a las competencias entre la Bundeswehr y las autoridades de seguridad nacional; entre la Federación y los Estados Federados.
Señoras y señores:
La guerra ilegal conforme al derecho internacional por parte de Putin nos pone ante una nueva realidad en materia de política de seguridad. Sin embargo, considero que también es importante lo siguiente: no todo es de pronto nuevo y distinto. De hecho, debemos enfocarnos en qué es nuevo. Y también en qué hemos hecho bien y qué debemos continuar haciendo. Es claro que nuestros efectivos militares ya no estarán automáticamente a miles de kilómetros de Flensburgo o Friburgo. Aun así, estas misiones seguirán siendo importantes. Y en este sentido vamos a redefinir nuestra política de seguridad.
Considero que –como lo mencioné al principio, justamente porque es un reto tan grande– podemos iniciar juntos este proceso con autoconfianza. Pues, junto con nuestras socias y socios, hemos reaccionado con determinación ante la guerra de Putin, como democracias liberales. Con socios que comparten nuestros valores y que los defienden como lo hacemos nosotros. Y no solo con Occidente, sino en una alianza de democracias liberales de todo el mundo, que están a favor del derecho internacional, de la democracia y del orden internacional basado en normas.
Y si queremos demostrar que la idea liberal es más fuerte que los regímenes autoritarios, entonces tenemos que convertir nuestros principios en política práctica con mayor eficacia aún; a través de una postura clara, de una actuación decidida y con instrumentos ágiles, eficaces y a la altura de nuestros tiempos.
Para ello procederemos de manera prudente y pragmática. No en categorías de blanco y negro, sino con el valor para ponderar y con el valor para debatir. Y con una brújula moral clara en la mano: por la seguridad para la libertad de nuestras vidas. Por nuestra paz y el futuro de nuestros hijos en una Europa común y democrática.
Muchas gracias.